sábado, 16 de abril de 2016

El dilema del laberinto


Entro, camino, giro a la izquierda, sigo recto. Ahora escojo la derecha, a la izquierda otra vez, recto y dos veces más a la izquierda. En un cruce, elijo seguir recto... 

Tomo caminos y direcciones al azar.  Me pierdo una y mil veces. No sé por donde seguir. He girado tantas veces que no sería capaz de volver al principio. Me agobio. Noto como que me falta el aire pero sigo caminando, cada vez más deprisa aunque sin tener muy claro qué busco o qué quiero encontrar. 

Parece que intuyo algo de luz. Trato de seguirla, cada vez está más cerca. Incluso parece que la brisa roza mi piel. Me imagino cómo se tiene que sentir alguien al salir de una prisión en la que lleva mucho tiempo encerrado, ese momento en el que vuelve a ver la luz y siente el aire por primera vez en años. 

Pero no. De nuevo tomo direcciones equivocadas. Giro a la derecha, recto, y dos veces más a la izquierda... 

Estoy en el principio. He vuelto al lugar de partida. He regresado al inicio así que tengo que volver a empezar. A tomar un camino, pensar en el otro. Tomar una decisión y meditar sobre si es o no la adecuada... Y, cuando vuelvo a percibir la luz y la brisa, corro tanto que al final vuelvo a la entrada.

Ese laberinto que antes era de cartón, se ha tornado irrompible, inquebrantable, infinito. Anteriormente pensaba que se podría romper, que era tan débil que sería capaz de hacer que cayera para ver el final con claridad. Ahora es tan rudo y fuerte que me siento atrapada, sin salida. Por más que giro y vuelvo a girar siempre aparezco en el mismo lugar, sintiendo y pensando lo mismo y sin ser capaz de resolver el acorde disonante.

Quizás no sea el laberinto, sino los ojos que lo miran.




Siempre...




LdC*


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